Como la crónica de una muerte anunciada, que intenta vivir mañosamente un poco más, asistimos a más peticiones multimillonarias de un sistema de transporte de pasajeros para Santiago que nació mal y que después de múltiples y confusas actividades de marketing, intenta sobrevivir de la misma manera. Sin que siquiera se asome la proposición de un Plan serio y satisfactorio, para atender las necesidades de la más populosa ciudad del país como es la capital.
Si se suman las cantidades ya otorgadas, como los US$ 290 millones aproximadamente de julio del año pasado asignados directamente con recursos fiscales a Santiago y una cantidad igual a regiones , US $ 170 millones financiados por el BancoEstado, y el préstamo de US $ 400 millones del BID, sumaríamos US $ 1.150 millones.
En esta oportunidad, transcurrido prácticamente un año, la petición de fondos es nada menos que de US$ 690 millones adicionales, también con la paridad de Santiago y regiones incluida, totalizando US $1.840 millones, más del 1 % del PIB requerido, desembolsado o no, en apenas 12 meses. Lo que antes funcionaba sin un solo peso de aporte fiscal y que satisfacía las necesidades de rapidez y proximidad del transporte.
Asistimos a una escena sin precedentes, algo tan vital como el transporte de nuestros trabajadores y ciudadanos, que sigue muy mal evaluado por sus usuarios con un 90% de rechazo, y una ceguera en querer insistir exactamente por la misma vía donde después de un año y medio, se está lejos de tener el sistema óptimo que los chilenos merecen tener, y donde las horas del día que tienen que destinar solamente al transporte, incluidas largas caminatas para encontrar el punto del transbordo, ha aumentado significativamente respecto del sistema antiguo. Y a esto se suma una posibilidad cierta de aumento de las tarifas en pocos meses más.
Pues no solo es un problema de costo. Si el resultado fuera lo prometido, un transporte a la altura del siglo XXI, posiblemente se justificaría ese gasto y más. Un 1% del PIB para plena satisfacción de los usuarios.
Pero no solo el fondo, sino la forma de la petición de esos centenares de millones de dólares, es un acto desesperado para sobrevivir tal cual. Las regiones no están incluidas con un plan coherente para mejorar su transporte, sino como un anzuelo para que parlamentarios de regiones, que en el fondo tienen serios reparos para aprobar algo malo y caro, lo aprueben y se lleven esa compensación peor evaluada incluso, si es que en algo, que la de Santiago.
El mejoramiento de la malla de recorridos sigue siendo un problema sin resolver. Sobre todo, se echa de menos la posibilidad de introducir flexibilidad y competencia a los alimentadores. Los corredores exclusivos para troncales, esenciales para el funcionamiento fluido del sistema y del tráfico en general, es un tema que sigue en cero. Para no mencionar la coordinación de la flota. Y si se han solucionado los problemas estructurales de los contratos con los operadores.
En el fondo, lo que se trata es de mantener el sistema a flote y dejar la solución de fondo para el próximo gobierno, porque no se han visto los pasos necesarios para corregir, o más bien reemplazar, un proceso diseñado entre cuatro paredes, alejado de las conveniencias de los ciudadanos, y que nació prematuramente sólo para que políticamente se pudiera lucir una obra gigantesca. No se reparó que tan monumental puede ser el éxito como el fracaso, que es lo que lamentablemente tenemos ahora.
Aprobar esta nueva inyección de dinero significaría que el Congreso avala esta forma de proceder, lo que no se compadece con los elevados cánones que esperamos en el siglo veintiuno. Eficiencia, calidad, tecnología, métodos modernos al servicio ciudadano, que permitan a esta maquinaria funcionar casi como un reloj. Sin embargo, si de algún interés reviste para los extranjeros el Transantiago, tal como está funcionando, es para aprender cómo no se debe implementar un sistema de transporte público.